martes, 19 de junio de 2007

Nietos y abuelos: la generación de la Guerra


Quiero detenerme en la relación de los nietos y los abuelos que brilla en "El Corazón Helado". Al principio la intuyes a través de la infancia en el exilio francés de Raquel Fernández Vera, en su visión de niña inteligente qué capta, sin apenas explicaciones, la mirada de sus abuelos siempre hacia ese país de sol al que va de veraneo. Eran de España, aunque hubieran nacido en Tolouse o en Nimes.
En Madrid, pasea con su abuelo Ignacio por los rincones más castizos, el rastro, el Retiro, las Vistillas; con él revive un doloroso pasado emocional en su visita a Julio Carrión. Los nietos Raquel y Álvaro representan las generaciones que no vivieron la guerra; Raquel es la heredera del exiliado republicano. Álvaro supone el otro lado, la división azul, sin saberlo ni asumirlo al inicio de su relación con Raquel.
Raquel y Álvaro, los nietos de la guerra, se atreven a hacer las preguntas que sus padres no quisieron formular. Esta generación es la mía y la de muchos de vosotros que leéis este blog.

En Alemania ha ocurrido lo mismo con la generación actual que pregunta a sus padres y abuelos: qué ocurrió, dónde estábais, qué hacíais durante la barbarie nazi, por qué mirásteis para otro lado. La película "El hundimiento" es fiel reflejo de este interés.

lunes, 28 de mayo de 2007

Blog Lo que cuentan mis hermanas

Hola, hoy quiero presentaros el blog del poeta Francisco José Najarro, que ganó el Premio de Poesía de 2006 de la URJC con "La Ducha". Sorprende la madurez de su poesía, dada su juventud, pues acaba de cumplir 20 años. Impresionante y para obligarnos a huir de los tópicos:


http://www.loquecuentanmishermanas.blogspot.com/



La ducha, sin nosotros, no es la misma.
Escucho su tic-tac de reloj de agua,
impaciente como el despertador
que me grita porque he dormido solo,
y las sábanas pesan como un mundo,
y fuera hace un frío de desagüe…
Ya te digo que la ducha no ha vuelto a ser la misma
desde que te fuiste,
que sólo acuden a ella viejos verdes
como musgo sobre tu piel de piedra,
de sirena de cloro y agua de grifo,
vaso para mis labios y su sed.
Y yo tampoco soy el mismo sin ti,
y hasta la factura del agua cambia,
haciéndose más pequeña en tu ausencia,
como todo. No sé si aguantaré
más tiempo sin ducharme, con olor
a esposo abandonado. Vuelve pronto.

martes, 15 de mayo de 2007

LEYENDO PRIMERA PARTE "EL CORAZÓN"

Me va atrapando nuevamente Almudena Grandes con su estilo narrativo. He de confesar que siempre lo logra con sus descripciones en cadena salpicadas de pequeños diálogos entrelazados.
La escena del cementerio a través de Álvaro Carrión me hizo sentir lo que siente uno muchas veces en estas ceremonias, estás dentro de un escenario pero tu mente en realidad está fuera, analizando hasta el mínimo detalle: "A mí no me gustan los entierros, ellos lo saben".
Aparecen las dos Españas a través del vestuario, la tardofranquista y sus señoras elegantes, tan rubia, tan blanca, de sangre íbera"; la republicana exiliada: " la mujeres no llevaban medias...los hombres habían abotonado la camisa hasta el cuello...su postura era la misma, las piernas separadas, la cabeza muy tiesa, pies firmes en el suelo.Con una vejez diferente a la de mi padre".
Son dos Españas y dos formas de vida diferentes. La autora trata sin prejuicios ambas, el mundo de los ricos y el de los pobres en el exilio. "El dinero no compra la felicidad pero sí la curiosidad, y la vida en las ciudades no es sana, pero tampoco es aburrida, y el poder envilece pero también ejercita la sutileza". Hace tiempo leí una entrevista a Almudena en la que le planteaban la sempiterna cuestión de literatura femenina: A la pregunta de si hay un pensamiento propiamente femenino y otro masculino, o si es el mismo para los dos géneros ha respondido lo siguiente: «Creo que existe solamente un mundo, y una sola realidad, que cada uno de nosotros contempla desde una posición única e intransferible, en función de las heridas, y de los premios, con los que la vida nos haya marcado. " Desde este punto de vista de vivencias, experiencias y memorias es desde el que nos narra las dos Españas del corazón. Entrelaza escenas de los españoles en Francia, con aceite y berenjenas, que seguían siéndolo rodeados de quesos y paté. Me gusta la voz de la niña de 6 años que reclama su identidad francesa dentro de ese mundo.
Sigamos leyendo.

domingo, 29 de abril de 2007

"El Corazón Helado" de Almudena Grandes

Os proponemos la lectura de "El Corazón helado" la última novela de Almudena Grandes.
Esta novela, mediante una historia de amor, trata de reconstruir la historia de dos familias de bandos idelógicos enfrentados a lo largo de la historia de España durante el siglo XX.
Os adjunto la biografía de Almudena Grandes, una de las mejores escritoras de nuestro país, que se inició en los ochenta con "Las edades de Lulú."
http://www.escritoras.com/escritoras/escritora.php?i=10

Sus novelas son muy cinematográficas, habiendo sido adaptadas la mayoría de ellas al cine. Bigas Luna realizó la versión cinematográfica de "Las edades de Lulú".

La historia de amor entre Álvaro Carrión, hijo de un poderoso hombre de negocios cuya fortuna se remonta a los años del franquismo, y Raquel Fernández Perea, parece condenada a producirse. Sus historias personales son el reflejo de muchas familias en España, desde la Guerra Civil hasta hoy, pasando por la Transición. El pasado explica el presente y quizás el futuro. Es una novela en la línea de las novelas de Balzac, un reflejo de la sociedad a través de varias generaciones.
Os adjunto la presentación siguiente, con Joaquín Sabina de banda sonora.

http://www.almudenagrandes.com/
En su inicial dedicatoria, "una de las dos Españas ha de helarte el corazón" de Antonio Machado, descubrimos el secreto del título.
Comencemos con al lectura de la primera parte: El corazón.
Disculpad el retraso.

"Si te obligan al olvido, devuélveles la Memoria. No van a saber qué hacer" ("Santo Oficio de la Memoria" de Gardinelli")

martes, 17 de abril de 2007

INAUGURACIÓN CLUB DE LECTURA Y COLECCIÓN DE OCIO CAMPUS DE VICÁLVARO

El 23 de abril de 2007, a las 17:00h, en el Salón de Grados del Departamental y coincidiendo con el Día del Libro, se inaugurarán el club de lectura y la colección de ocio del campus de Vicálvaro mediante un acto que contará con la presencia del escritor y periodista Raúl del Pozo. A continuación, habrá una lectura compartida por cuatro miembros representativos de la comunidad universitaria de un texto de "Cien años de soledad", de Gabriel García Márquez.
CIEN AÑOS DE SOLEDAD.
Dos fragmentos del primer capítulo para leer la noche de los libros.

Primero.
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos. Primero llevaron el imán. Un gitano corpulento, de barba montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de Melquíades, hizo una truculenta demostración pública de los que él mismo llamaba la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia. Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y los tornillos tratando de desenclavarse, y aun los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades. "Las cosas tienen vida propia —pregonaba el gitano con áspero acento—, todo es cuestión de despertarles el ánima". José Arcadio Buendía, cuya desaforada imaginación iba siempre más lejos que el ingenio des la naturaleza, y aun más allá del milagro y la magia, pensó que era posible servirse de aquella invención inútil para desentrañar el oro de la tierra. Melquíades, que era un hombre honrado, le previno: "Para eso no sirve". Pero José Arcadio Buendía no creía en aquel tiempo en la honradez de los gitanos, así que cambió su mulo y una partida de chivos por los dos lingotes imantados. Úrsula Iguarán, su mujer, que contaba con aquellos animales para ensanchar el desmedrado patrimonio doméstico, no consiguió disuadirlo. "Muy pronto ha de sobrarnos oro para empedrar la casa", replicó su marido. Durante varios meses se empeñó en demostrar el acierto de sus conjeturas. Exploró palmo a palmo la región, inclusive el fondo del río, arrastrando los dos lingotes de hierro y recitando en voz alta el conjuro de Melquíades. Lo único que logró desenterrar fue una armadura del siglo XV con todas sus partes soldadas por un cascote de óxido, cuyo interior tenía la resonancia hueca de un enorme calabazo lleno de piedras. Cuando José Arcadio Buendía y los cuatro hombres de su expedición lograron desarticular la armadura, encontraron dentro un esqueleto calcificado que llevaba colgado en el cuello un relicario de cobre con un rizo de mujer.

Segundo
Llevando un niño de cada mano para no perderlos en el tumulto, tropezando con saltimbanquis de dientes acorazados de oro y malabaristas de seis brazos, sofocado por el confuso aliento de estiércol y sándalo que exhalaba la muchedumbre, José Arcadio Buendía andaba como un loco buscando a Melquíades por todas partes, para que le revelara los infinitos secretos de aquella pesadilla fabulosa. Se dirigió a varios gitanos que no entendieron su lengua. Por último llegó hasta el lugar donde Melquíades solía plantar su tienda, y encontró un armenio taciturno que anunciaba en castellano un jarabe para hacerse invisible. Se había tomado de un golpe una copa de una sustancia ambarina, cuando José Arcadio Buendía se abrió paso a empujones por entre el grupo absorto que presenciaba el espectáculo, y alcanzó a hacer la pregunta. El gitano lo envolvió en el clima atónito de su mirada, antes de convertirse en un charco de alquitrán pestilente y humeante sobre el cual quedó flotando la resonancia de su respuesta: "Melquíades murió". Aturdido por la noticia, José Arcadio Buendía permaneció inmóvil, tratando de sobreponerse a la aflicción, hasta que el grupo se dispersó reclamado por otros artificios y el charco del armenio taciturno se evaporó por completo. Más tarde, otros gitanos le confirmaron que en efecto Melquíades había sucumbido a las fiebres en los médanos de Singapur, y su cuerpo había sido arrojado en el lugar más profundo del mar de Java. A los niños no les interesó la noticia. Estaban obstinados en que su padre los llevara a conocer la portentosa novedad de los sabios de Memphis, anunciada a la entrada de una tienda que, según decían, perteneció al rey Salomón. Tanto insistieron, que José Arcadio Buendía pagó los treinta reales y los condujo hasta el centro de la carpa, donde había un gigante de torso peludo y cabeza rapada, con un anillo de cobre en la nariz y una pesada cadena de hierro en el tobillo, custodiando un cofre de pirata. Al ser destapado por el gigante, el cofre dejó escapar un aliento glacial. Dentro solo había un enorme bloque transparente, con infinitas agujas internas en las cuales se despedazaba en estrellas de colores la claridad del crepúsculo. Desconcertado, sabiendo que los niños esperaban una explicación inmediata, José Arcadio Buendía se atrevió a murmurar:
Es el diamante más grande del mundo.
No — corrigió el gitano—. Es hielo.
José Arcadio Buendía, sin entender, extendió la mano hacia el témpano, pero el gigante se la apartó. "Cinco reales más para tocarlo", dijo. José Arcadio Buendía los pagó, y entonces puso la mano sobre el hielo, y la mantuvo puesta por varios minutos, mientras el corazón se le hinchaba de temor y de júbilo al contacto con el misterio. Sin saber qué decir, pagó otros diez reales para que sus hijos vivieran la prodigiosa experiencia. El pequeño José Arcadio se negó a tocarlo. Aureliano, en cambio, dio un paso hacia delante, puso la mano y la retiró en el acto. "Está hirviendo", exclamó asustado. Pero su padre no le prestó atención. Embriagado por la evidencia del prodigio, en aquel momento se olvidó de la frustración de sus empresas delirantes y del cuerpo de Melquíades abandonado al apetito de los calamares. Pagó otros cinco reales, y con la mano puesta en el témpano, como expresando un testimonio sobre el texto sagrado, exclamó:
— Este es el gran invento de nuestro tiempo."